noviembre 03, 2012

Realidad.


Querés gritar
Y un nudo te tapa la voz,
Te hace callar,
Dejándote solo el dolor,
La fea sensación
Te vuelve a inundar
Y un manto de duda
Te ahoga el corazón

Querés hablar
Nadie te puede escuchar
Pedir auxilio
Pero no hay nadie más
Ya no distinguís
Cual es la realidad
Caminos oscuros
Que te perdieron ya

Querés llorar
quién te va a consolar
Te golpea la realidad
De un amor que se va
Tristeza y soledad
Son tus amigas de hoy
Las únicas que entienden
Tu real situación

Querés amar
Pero siempre equivocás
Después te lamentas
Pero no buscás mejorar
Elegís a los mismos
Que sabes
Te vas a volver a lastimar
Tenés tanto que caminar.

Volar.


Quiero volar,
Irme a otro estado
Ese, en el que te olvidas,
y no sabes ni como estás…

Desvanecer.
Quiero irme de acá;
Escapar de la soledad,
Esa a la que me obligas…

Voy a levitar,
A descentrarme, nadar,
para olvidar,
toda esta verdad.

Yo tengo la culpa.
Y por eso voy a escapar,
para aturdirme
y no ver la cruel realidad.

Los Amorosos.

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.


              Jaime Sabines.

Me doy cuenta de que me faltas.


Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie me mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.


                                                                                                                                                                    
                                                          Jaime Sabines.